Fuegos artificiales

viernes, 2 de agosto de 2013

Asco y soledad

 

soledad

Hace dos semanas, en la piscina municipal de mi pueblo, conocí a una pandilla de niñas con la que creía tener la posibilidad de conseguir amistad, porque fueron ellas quienes me saludaron y preguntaron, ya que eran alumnas del último colegio al que yo había ido. Pero me equivoqué.

Creí haberlas conocido por casualidad y estuvimos hablando de las cosas que nos gustaban. Ellas me contaron que dos de las niñatas que se burlaban y hablaban mal de mí, anteriormente en las Carmelitas, Rosa y María, también se metían con ellas. Al creer que estuvieron muy amables conmigo, me ilusioné y pensé que con suerte me aceptarían como amiga. Quedaron conmigo en vernos el próximo día e incluso llamarnos para salir.

Estos días atrás, cuando iba a la piscina echaba un vistazo pero no las veía. Tenia mucha ilusión y ganas de volver a verlas pero nada. El lunes decidí ir a visitar a Andrea a su casa, la chica que más hablaba, que parecía la más simpática y líder del grupo. Le pregunté su número de teléfono y que cuando volverían a la piscina. Solo me respondió que ella no salía apenas pero que sí saliese o fuese a la piscina me avisaría.

Ayer martes, por fin, las volví a ver en la piscina, pero con una actitud muy distinta. Al verlas me acerqué y las saludé pero no me devolvieron el saludo, así que, después de repetir les dije que como no era bien recibida me marcharía y me despedí.

Al darme cuenta, que no querían mi amistad y que lo único que habían hecho conmigo era jugar con mis sentimientos, me sentí de nuevo como una tonta incomprendida y desilusionada. Me sentí fatal, con ganas de mandarlas muy lejos, con rabia y muchas ganas de llorar.

Estoy harta de tanta gente que no tiene en cuenta a los demás. He estado sola desde hace demasiado tiempo, porque siempre me han dado de lado y se han burlado. Ayer me sentí fatal y me entraron ganas de llorar una vez más, pero me aguanté y me hice fuerte porque como dice mi padre no debo darles ese gustó y llorar delante de esa clase de gente que no tiene empatía ni sensibilidad. Las buenas personas no hacen eso. La mala gente sí.

Creo que al final no he perdido nada porque ya no confío en la gente, ya no pueden hacerme más daño del que me han hecho todos estos años. Gente como esa me hace pensar que las buenas personas están en peligro de extinción y que tengo una maldición que se llama soledad.